Alexis Bienvenu

Chocolate amargo

El cacao está pulverizando todos sus récords. A comienzos de abril, el contrato a plazo franqueó la barrera de los 10 000 dólares por tonelada en la Bolsa de Nueva York, mientras que su precio había promediado 3000 dólares durante las últimas décadas. La escalada que ha protagonizado durante el último año es del 260 %, superior al avance anual del valor estrella del momento: Nvidia.

Esto supone un motivo indudable de alegría para ciertos productores y ciertamente para algunos especuladores, pero obedece sobre todo a dificultades en toda la cadena de producción. Los devoradores de chocolate, que ya han estado sometidos a una inflación alimentaria galopante estos dos últimos años, ven atacado su refugio dulce, si bien el coste del cacao apenas supone entre el 5 y el 10 % del precio final de una tableta de chocolate.

Como en cualquier fenómeno de mercado extraordinario, los ingredientes fundamentales y especulativos se mezclan para preparar esta poción amarga. Los segundos no hacen sino amplificar los primeros, dado que la especulación solo florece en un terreno favorable, cuando las semillas de la crisis han germinado.

¿Cuáles son estas semillas? ¿Cómo tratarlas? ¿Qué pueden hacer los mercados? El germen más evidente tiene escaso alcance general: demasiadas lluvias y, después, demasiado calor han lastrado a los principales países productores en África. El harmatán ha impuesto su ley.

Otras causas hablan de forma más elocuente sobre el estado del mundo. Como telón de fondo tenemos la deriva climática, amplificada puntualmente por el ciclo de El Niño, se ha acelerado repentinamente para alumbrar en 2023 un desajuste que ni siquiera los climatólogos más alarmistas se explican: 0,2 °C más de temperatura media en el globo, una diferencia récord. Se pueden detectar ahí las señales de una perturbación del ciclo de la vegetación que no augura mejores cosechas regulares de cara a los próximos años. Algunos serán mejores, eso es seguro, pero la tendencia no hacer pensar en un retorno duradero a las condiciones ancestrales. ¡Vamos a tener que adaptarnos!

Otro ingrediente nefasto, tanto en la agricultura como en las finanzas, es la falta de diversificación. El enfoque cuantitativo de la producción que domina en la agricultura ha dado lugar a plantaciones industriales de árboles de cacao desprovistas de diversidad, con suelos sistemáticamente empobrecidos ganados a antiguos bosques fértiles, a menudo primarios. Basta entonces con una pequeña incidencia en el sistema, en este caso, lluvia o viento, para perturbarlo totalmente, ya que todos los árboles son, en definitiva, el mismo. Si las condiciones son favorables, los parásitos se multiplican, ya que se han interrumpido los mecanismos naturales de autorregulación mediante la diversidad de las especies. El mismo fenómeno se produce en las plantaciones industriales de pinos en Europa o en Canadá, por ejemplo.

Esta crisis ha puesto de relieve un último ángulo relacionado con la diversificación, evidente también en las crisis industriales: el abastecimiento. Del mismo modo que la producción de chips electrónicos avanzados se concentra en Taiwán, lo que expone a la economía mundial a posibles tensiones locales, la producción de cacao se concentra casi en un 60 % en Costa de Marfil y Ghana. Un mejor reparto mundial, que lógicamente iría en detrimento de la concentración de las ventajas productivas a corto plazo y, por lo tanto, del precio de coste, ayudaría a equilibrar el riesgo medioambiental y, por lo tanto, a homogeneizar los precios a largo plazo.

Así pues, la crisis del cacao expone a las claras los riesgos inherentes al monocultivo y a la industrialización de los seres vivos. Existe una receta bien conocida para remediar estos males, tanto industriales como agrícolas: la sostenibilidad. Aunque es compleja de poner en marcha, costosa al comienzo y políticamente difícil de asumir, permite maximizar la rentabilidad a largo plazo. Diversificación de las especies, rotación de los cultivos, barbechos, precios sostenibles para los productores, especulación controlada, restauración de los medios y los ciclos… los ingredientes están disponibles, aunque no se mezclen de forma espontánea.

Este tipo de enfoque está en parte en las manos de los mercados, que pueden incidir en los flujos de capitales y dirigirlos hacia una forma de rentabilidad más racional. La prueba la tenemos en el grupo LBP AM, del que forma parte la Financière de l’Échiquier, que refuerza regularmente sus metas de sostenibilidad en sus inversiones sin sacrificar los objetivos financieros. La compañía acaba de publicar una revisión de su política de biodiversidad, que viene acompañada de seis compromisos. Es evidente que eso no resolverá la crisis actual del cacao, pero la iniciativa demuestra al menos que una parte de las inversiones puede dirigirse hacia prácticas más saludables y, por lo tanto, más resistentes a las crisis. Una condición para que el futuro sea menos amargo, y para que el chocolate siga siendo sinónimo de disfrute.

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