Olivier de Berranger

¡Boom!

La situación que acaba de vivir el Reino Unido se asemeja enormemente a un episodio económico de comienzos de la década de 1970 conocido con el nombre de Barber Boom. Por aquel entonces, el gobierno conservador de Edward Heath estaba asediado por un crecimiento débil, una inflación que comenzaba a descollar y un estallido de descontento social, mientras que el número de parados había superado el umbral simbólico del millón de personas por primera vez desde 1940. Hasta entonces, el gobierno llevaba a cabo una política de desregularización, acompañada de rigor fiscal y presupuestario.

Sumido en dificultades políticas en este entorno de estanflación, el primer ministro y el titular de la cartera de economía Anthony Barber tomaron la decisión de dar un giro completo para aplicar una política expansionista con objetivos como estimular la tasa de crecimiento del Reino Unido hasta el 10 % en 1972 y 1973, rebajar ostensiblemente los impuestos a particulares y empresas, reducir los impuestos indirectos (el IVA recién creado pasaba del 10 % al 8 %)…

Esta política se dio de bruces muy pronto con la primera crisis petrolera, con los recelos de los mercados y con el hundimiento de la libra esterlina. De hecho, la moneda británica perdió casi un 40 % frente al dólar entre la primavera de 1972 y finales de 1976, la inflación escaló hasta el 25 % y los tipos del Banco de Inglaterra se dispararon del 5 % al 15 %.

Se comprende, pues, que los presupuestos presentados por el ministro de economía de Liz Truss, Kwasi Kwarteng, provocaran un incendio en los mercados financieros. Dichos presupuestos se parecían en numerosos puntos a los de Anthony Barber y contenían rebajas de impuestos de entre 100.000 y 200.000 millones de libras que, expresadas como porcentaje del PIB, se situaban en niveles no vistos desde el Barber Boom; en definitiva, comprar un crecimiento hipotético con más deuda aún. La libra perdió un 10 % en pocos días y el tipo de los bonos británicos a 30 años se disparó 200 puntos básicos en un mes, lo que amenazó con provocar la implosión del sistema de pensiones británico y obligó a intervenir al Banco de Inglaterra.

El gobierno Truss terminó cayendo y fue reemplazado por el dúo Sunak-Hunt. Y, de nuevo, se produjo un giro de 180 grados, ya que el nuevo tándem ha prometido a los británicos sangre, sudor y lágrimas fiscales: «Es inevitable que todo el mundo contribuya más a la recaudación tributaria durante los próximos años». Al mismo tiempo, en una decisión que recordó a la década de 1970, el Banco de Inglaterra subió sus tipos 75 pb a comienzos de noviembre —su movimiento más acusado en 33 años— después de que la inflación británica se situara en el 12,6 % en septiembre.

Aunque todos los Estados cortos de liquidez, a cuya cabeza se encuentran muchos países europeos, harían bien en recelar de sus abultados déficits y su endeudamiento sin fin, parece que, por el momento, es el sueño de un «Singapur en el Támesis»1 que prometieron los defensores del Brexit en 2016 el que se esfuma a rebufo de la subida de los tipos impositivos que se anunciará a finales de mes.

1Look to Singapore as a model, Philip Hammond, ministro de economía británico, enero de 2017
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