Olivier de Berranger

Reorganización

Las estadísticas del comercio exterior alemán, publicadas a principios del mes de julio, constituyen una señal de los cambios que están produciéndose. Por primera vez desde 1991 y el frenesí consumista tras la reunificación, el saldo neto de los intercambios comerciales germanos registró un déficit de mil millones de euros en el mes de mayo. Este saldo, fruto del fuerte incremento de las importaciones y la caída de las exportaciones, evidenció el aumento fulgurante de la factura eléctrica, pero también la ralentización de la demanda exterior de los productos made in Germany. En tasa interanual, la subida de los precios de las importaciones superó el 30 %, lo que supone un nivel desconocido desde 1974 y la primera crisis petrolera.

Evidentemente, la explicación coyuntural es la guerra en Ucrania y la consiguiente escalada de las materias primas, principalmente de la energía. No obstante, ya existían dudas de amplio calado antes del conflicto. En un plano más fundamental, el régimen de inflación y la estructura de los intercambios comenzaron a alterar las tendencias a largo plazo durante la administración Trump, con la guerra comercial contra China o la lucha contra el COVID.

Desde hace más de 40 años, la principal preocupación del sector privado, motivada por la demanda sostenida del consumidor final, ha consistido no pocas veces en beneficiarse de la globalización y del comercio mundial para optimizar sus costes y sus cadenas de suministro. Este movimiento se vio acelerado con la entrada de China y su capacidad laboral y productiva en la OMC en 2001.

A pesar de que durante mucho tiempo conllevó una reducción de costes, ahora la optimización podría significar cada vez más seguridad y redundancia de medios. Actualmente, ya no es razonable disponer de un solo proveedor de materias primas o bienes intermedios o un único subcontratista. Los problemas en la gestión de existencias durante la pandemia de COVID y la reapertura ya provocaron cuellos de botella que todavía hoy no se han solucionado del todo. El «just in stock», es decir, el simple hecho de tener productos a la venta en los estantes, ganó un asalto al «just in time».

La congelación de los activos rusos en dólares y en euros o los pronunciamientos de la opinión pública para abandonar un país agresor hacen que el ejercicio de redundancia de medios sea más delicado: evidentemente se deben diversificar los proveedores, pero dentro de un círculo de países y zonas que potencialmente seguirían siendo aliados en caso de conflicto. La simetría de la relación entre productores y consumidores no está demostrada porque, como ilustra el caso de Rusia con la energía o los metales raros, las exportaciones pueden reconducirse con bastante rapidez.

Eso nos anima más que nunca a priorizar la calidad de los balances de las empresas en este difícil periodo. Poder mantener y financiar sin contratiempos más existencias y asegurar los suministros sin duda debería ayudar a capear la ralentización, sea cual sea su magnitud.