¿Unas palabras sobre el valor?

Hoy en día, la gente sabe el precio de todo y el valor de nada. Esta cita de Nicolas Boileau(1) explica ampliamente el reciente movimiento de repunte de los mercados bursátiles en todo el mundo. Al echar por tierra las previsiones más sombrías de hace algunas semanas, las cotizaciones de bolsa de las empresas se recuperan sin que «realmente haya cambiado algo» ante las tensiones de su economía, ¡simplemente basta con la confianza renovada!

De nuevo, podemos demostrar, como lo repiten hasta la saciedad los gurús de la inversión (de John Templeton a Philip Fisher), que en la bolsa, el valor raramente casa bien con el precio.

Sin embargo, estas dos nociones (valor y precio) residen en las mismas marcas de medida y evaluación de una cantidad o un bien… Especialmente en los mercados financieros en los que los accionistas van a buscar un precio para activos que llaman “valores” voluntarios.

El valor posee una dimensión simbólica más amplia que la del precio: lo que tiene valor para un individuo determinado no tiene el mismo valor para otro, sea cual sea el precio que le pueda ser asignado. El “juicio de valor” o “la escala de valor” sobrepasan la única apreciación del “valor venal” que puede pararse en el precio. Una reflexión semántica útil que alimenta desde hace mucho tiempo los debates de los economistas que se han enfrentado repetidas veces al carácter objetivo (Marx, Ricardo) o subjetivo (Hayek y la escuela austriaca) de este valor.

Más próximo a nosotros, la contabilidad moderna (las normas IFRS) como los reguladores (Bâle III, Solvency II(2)) no tuvieron tiempo de debatir. Se inclinan a no considerar y no tener en cuenta como medida del valor que el precio sea asignado por los mercados. Mercados, que al igual que los que conocemos, han tenido en muy poca consideración el “valor de las cosas”.

¿Es razonable confiar a los especialistas de los precios el encargo de medir el “valor”?

Por ejemplo, los aseguradores que asumen un riesgo a largo plazo son evidentemente los primeros afectados por este tipo de reflexión: ¿imagina las desagradables sorpresas de los ahorradores franceses si sus contratos en euros de seguros de vida fueran un día evaluados según las fluctuaciones del mercado? Es un poco parecido lo pasó a los bancos este último verano, víctimas de la desconfianza de los inversores ante todo los títulos de préstamos de Estado europeos. Repentinamente, se encontraron incapaces de hacer frente a sus obligaciones de fondos propios y liquidez reglamentaria a la vez que continuaban financiando la economía. Inquietante, ¿no?

De manera general, la dictadura de los precios de mercado alcanza su límite para todos aquellos que desean añadir valor a su entorno empleando los medios y el tiempo necesarios para hacerlo apreciar.

Esta reflexión se aplica especialmente a la gestión del ahorro en su sentido más amplio: ¿Qué estrategia adoptar a largo plazo en un mundo que no deja de valorar el precio a diario? La serie de crisis financieras que sacude las economías desarrolladas tendrá al menos este mérito de quitar leña al fuego y dar ejemplo a todos aquellos que se preguntan desde hace ya muchos años sobre la deriva de la financiarización de nuestras economías. Apostemos porque las soluciones con sentido común permitirán muy pronto poner de relieve la elección de aquellos que como nosotros, creen que la creación de valor se inscribe en la duración.

Didier Le Menestrel

1Poeta, escritor y crítico francés del siglo XVIII
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Normas reglamentarias para los bancos y las aseguradoras