¿Historias antiguas?

Disfrazado de cisna, Zeus se acercó a Leda para seducirla. Para la bella Europa, vio las cosas en grande y se convirtió en un toro de un blanco inmaculado. Europa no desconfió, y el dios griego se la cargó a la espalda, atravesando el mar Egeo para llegar a Creta. Una vez allí, recuperó el aspecto humano y de su unión nacieron tres niños, siendo uno de ellos Minos, que reinará en la isla…

Deberíamos leer la mitología más a menudo: además de ser encantadores, los relatos suelen ser premonitorios. Ahora ya sabemos que las cuentas de Gracia fueron falsificadas durante muchos años, y que los griegos no hicieron más que proseguir la tradición: como Zeus, se disfrazaron para seducir a Europa.

La mejora (demasiado) espectacular de los ratios de Grecia a finales de los años 90 había suscitado incluso algunas dudas(1) sobre su contabilidad nacional. Pero en el contexto de la época, negarle la entrada a Grecia no era tan fácil: eso habría implicado negarle Europa al país que fue la cuna de la democracia y a aquellos que forjaron nuestro modo de vida occidental. Como dijo Valéry Giscard d’Estaing a mediados de los años 70, cuando Grecia acababa de salir de la dictadura de los coroneles: “No se le cierra la puerta a Platón”.

Así pues, Platón entró y los “tres porcientitos” del PIB que representa su peso económico en Europa movilizan desde entonces la atención y el estrés de los inversores: con Grecia entró un viento violento que hace tambalearse a todas las deudas europeas.

Dislocación pérdida de control, se dice de todo del endeudamiento europeo. ¿Pero qué sucede realmente? Su ya famoso ratio deuda/PIB del 85% se encuentra muy por debajo del de los japoneses y se acerca bastante al de los americanos o ingleses. Da miedo en términos absolutos, pero el ejemplo del mundo anglosajón podría dejarnos concluir: “Cuando me examino me preocupo, cuando me comparo me reconforto”(2).

Sin embargo, la heterogeneidad de este endeudamiento parece tan imposible de gestionar hoy que no conseguimos sentirnos reconfortados. Italia no puede refinanciarse al 7% de manera sostenible, ni España al 6,5%. La dislocación o el apoyo parecen ser las dos únicas posibilidades.

El camino elegido hasta ahora es un apoyo tímido que se plasma en compras moderadas de deudas europeas por parte del Banco Central Europeo (BCE). Los efectos son insuficientes, la determinación escasa, todos “sentimos” que “las cuentas no salen”. Una vez más, la comparación con el mundo anglosajón resulta instructiva: desde la crisis de 2008, el BCE compró deuda europea por 200.000 millones, lo que corresponde al importe de la deuda británica comprada únicamente por el Banco de Inglaterra en el mismo periodo. Si recordamos que el PIB de la zona euro es aproximadamente 6 veces el de Inglaterra, podemos concluir que aún nos queda algún margen. La comparación no es anodina: hoy en día, nadie reprocha al Banco de Inglaterra su “laxismo”, mientras que la aceleración del programa de compras del BCE recibe críticas despiadadas (sobre todo en Alemania…).

Por lo tanto, el BCE dispone de todo el espacio necesario para intervenir: ha llegado la hora de la estabilización mediante la compra con la puesta en marcha concomitante del proceso virtuoso de gestión de las finanzas públicas.

Llegó el momento de que las instituciones europeas dejen de limpiar los Establos de Augías con un tímido chorro de agua y recuerden que Hércules, para lograr sus fines, desvió el curso de dos ríos…

Didier LE MENESTREL con la complicidad de Marc CRAQUELIN

1 Eurostat había solicitado repetidas explicaciones a Grecia sobre sus métodos contables a mediados de los años 90.
2 Charles-Maurice de Talleyrand