¡Brex... in!

Hoy es el 23 de junio de 2016. El pueblo británico acaba de pronunciarse sobre la salida de su país de la Unión Europea. Tras semanas de acalorados debates, se ha materializado el archiconocido brexit. El alborozo no inunda precisamente las calles de Londres como se preveía, y se respira la misma agitación de siempre, ni más ni menos. Se trata de una de esas victorias con sabor amargo. A ambos lados del canal de la Mancha, todo el mundo anda cabizbajo. Decenas de miles de cerebros franceses, exiliados financieros, empiezan a barajar la posibilidad de partir hacia otros rincones fiscales o profesionales aceptables. El sector inmobiliario en París se estremece.

En cambio, en Luxemburgo se descorchan botellas de champán. Y no solo porque se festeja el Día Nacional el 23 de junio. No, se celebra ante todo el milagro económico permanente de un pequeño Estado con apenas algo más de 300.000 ciudadanos, que se ha visto catapultado de forma repentina ante la perspectiva de que los gestores británicos se vean forzados a vender todos sus conocimientos en gestión de activos por medio del Gran Ducado.

Este pequeño ejercicio de ciencia ficción ya ha empezado a dar alas a la pluma de los editorialistas. Será uno de los muchos que sin duda veremos a lo largo de las próximas semanas a medida que se aproxime el final de la cuenta atrás.

Los participantes del mercado no practican la literatura, pero siempre están dispuestos a actuar y no dudan en sacar a colación desde hoy la incertidumbre sobre el resultado del referéndum con el fin de justificar parte de sus comportamientos erráticos. Se trata de otro elemento que no hace sino aumentar el ruido en los mercados financieros, algo que realmente no se necesita estos días.

Sobre este último punto, cabe recordar que la actual volatilidad de los mercados no tiene nada de excepcional. A los participantes les apasiona esta inestabilidad permanente, y numerosos productos viven y se alimentan de un único ingrediente: el precio de los activos. En un entorno económico mundial en el que el crecimiento se situará durante largo tiempo por debajo del 3% y las locomotoras de la historia económica reciente (China, los países petroleros y el universo emergente) pierden fuelle, las dudas y los temores prevalecen con facilidad sobre el entusiasmo y el deseo de invertir.

Este tipo de configuración de mercado, en la que los operadores no saben ya en qué clase de activos centrar la mirada, no resulta nada extraño en la historia económica y bursátil. La inflación de la década de los 70, los excesos financieros (ya) en los años 80 o las políticas monetarias de la década que siguió hicieron pasar más de una mala noche a los inversores como consecuencia del aluvión de noticias alarmantes.

Sin embargo, la realidad se materializó de otro modo: el descenso continuo de los tipos, el crecimiento del número de consumidores en todo el mundo y la libre circulación de bienes y personas dieron al traste con los escenarios coyunturales más catastróficos.

La vida de los mercados no reviste finalmente demasiada importancia, y los mensajes que circulan en ellos suelen ser engañosos. Lo que preocupa no es el posible impacto económico de una salida de la Unión, sino lo que simboliza la propia eventualidad de un brexit. El liberalismo económico necesita un clima de paz, estabilidad y fluidez en la circulación de personas y patrimonios para resultar eficaz. El auge de los nacionalismos en todo el mundo y la tentación de replegarse sobre sí mismos no deben nutrirse de un ejemplo tan fuerte como el de un pueblo reconocido a lo largo de la Historia por su pragmatismo y su capacidad para tomar decisiones difíciles.

Debemos reconocer que nuestros amigos del otro lado del canal de la Mancha poseen una lucidez sin parangón en Europa para poner en entredicho las normas que los coartan. El hecho de que esta consulta saque a la luz los defectos en la organización actual de la Unión Europea (definición de las fronteras, presupuestos, regulación) resulta útil para todos, siempre que la esencia siga estando presente: «La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas*».

El Reino Unido es ese amigo (todos tenemos uno) con el que no nos gusta cruzarnos demasiado porque posee la virtud de decirnos unas cuantas verdades a la cara. Un amigo un tanto difícil de aguantar año tras año sin duda. Ahora bien, seguimos considerándolo un «amigo» y lo invitamos a nuestra mesa, porque en el fondo somos conscientes de que, sin él, no avanzaríamos de la misma manera.

Didier Le Menestrel

*Robert Schuman, ministro francés de Asuntos Exteriores, declaración del 9 de mayo de 1950.