Alexis Bienvenu

Frente común contra EE. UU

Amenazado en su estatus de primera potencia mundial por el auge imparable de China, EE. UU. eligió un presidente que prometía restaurar el viejo orden a lomos del Make America Great Again. Sin embargo, por una cruel ironía del destino, las medidas tomadas por la nueva administración estadounidense están contribuyendo precisamente a precipitar este declive en términos relativos. En lugar de esforzarse por mantener su influencia mundial manteniendo al resto de países bajo su dependencia y consolidando ese viejo orden que le resultaba favorable, en la actualidad Washington se dedica a poner sistemáticamente en su contra al resto del mundo, tanto aliados históricos como competidores tradicionales. Larry Summers, exsecretario del Tesoro estadounidense, resumía así la paradoja actual en Bloomberg Television: «La máxima clásica de la política exterior es unir a los amigos y dividir a los adversarios, pero nosotros hemos puesto en marcha políticas que han conseguido unir a nuestros adversarios y dividir a nuestros amigos».

Un ejemplo paradigmático de este proceso ha surgido en China con motivo de la XXV cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que se celebró del 31 de agosto al 1 de septiembre de 2025 en Tianjin. Los 27 países participantes, en especial los 10 miembros en sentido estricto, entre los que se encuentran, además de China, la India, Rusia, Irán y Pakistán, y que suman 3500 millones de personas, es decir, una cuarta parte del PIB mundial, han mostrado un frente unido contra los recientes ataques comerciales estadounidenses. A pesar, o como consecuencia, de los aranceles prohibitivos que la mayoría de estos países sufre en la actualidad, la organización ha defendido sistemáticamente lo contrario que EE. UU. Así, ha planteado la adopción de una estrategia de cooperación clara a diez años (en lugar de volantazos constantes); la creación de un banco de desarrollo destinado a financiar nuevas infraestructuras sostenibles (en contraste con el cuestionamiento del plan de infraestructuras promovido por J. Biden); la cooperación entre países en los ámbitos de la transición energética (en lugar de los retrocesos estadounidenses en energía eólica, energía solar o el Tratado de París); medidas de cohesión social (en lugar del cuestionamiento de las políticas sociales); un apoyo decidido a la enseñanza superior (en lugar de los recortes de los presupuestos universitarios que afectan a las universidades estadounidenses más prestigiosas); la defensa de la OMC, implícitamente en beneficio de los miembros de la OCS, en primer lugar de China, principal exportador (en lugar del pisoteo de las reglas del comercio internacional); un llamamiento en favor del refuerzo de la gobernanza mundial (en lugar del cuestionamiento de algunas agencias de la ONU), etc. Incluso la promoción de la cooperación médica, lo que no hace sino acentuar el contraste con las polémicas medidas de la administración estadounidense en materia de política sanitaria.

Al presentarse como un contrapeso ante la ofensiva de desestabilización estadounidense, ¿hay que sorprenderse de que China se haya puesto a la cabeza de las bolsas mundiales y que su moneda avance frente al dólar? A 4 de septiembre, el MSCI China avanza un 29 % (en dólares) desde comienzos de año, frente al 11,5 % del S&P 500, mientras que el yuan gana más de un 2 %. Si los capitales se sienten atraídos por el crecimiento y la certidumbre, ¿no es en cierto modo lógico que actualmente fluyan más hacia oriente que hacia occidente, en plena tempestad política? Lo es porque, como recordaba el presidente chino citando a Lao-Tse, «el que sigue el Camino, se gana la adhesión de todos».

Terminado de redactar el 05.09.2025. Por Alexis Bienvenu, gestor de fondos de La Financière de l’Échiquier (LFDE).
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