Un impuesto llamado deseo

 

Al parecer, también en Francia podemos degustar algunas delicias fiscales. Una vez al año, no hace daño (y la ocasión se presenta rara vez, como para dejarla escapar): aplaudimos el nacimiento del impuesto fijo (o «flat tax», como dirían los anglosajones) sobre los productos de ahorro e inversión1. Un impuesto fijo del 30% no constituye revolución alguna en sí mismo, aunque supone un verdadero soplo de aire fresco para los franceses, puesto que la fiscalidad de sus ahorros podría superar el 60%. Y he aquí la guinda del pastel: el impuesto único representa una herramienta eficaz, como se ha demostrado en diversos países, sobre todo en Suecia, donde la medida entró en vigor allá por 1991 con resultados espectaculares en la dinámica económica y social.

Durante estos últimos años, nuestra creatividad nacional en la materia se ha traducido en unos impuestos inútiles y demagógicos que tenían como punto de mira un acérrimo enemigo: las finanzas. Los recientes acontecimientos nos han brindado un ejemplo particularmente esclarecedor (esperamos que sea el último), con el impuesto sobre los dividendos. Un fiasco político acompañado de un fiasco económico: un total de 10.000 millones de euros que amenaza con regresar al sector empresarial. Este impuesto, herencia del anterior quinquenio, había sido por todos impugnado y rechazado por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y el Tribunal de Cuentas antes de ser invalidado por el Tribunal Constitucional.

No obstante, volvamos al asunto que nos ocupa y a nuestro motivo de regocijo: un impuesto fijo equivale a menos artificios, menos normas y, claro está, un menor riesgo de enredarse en una maraña fiscal. El proyecto de ley de presupuestos de 2018 armoniza por fin la fiscalidad francesa con la de sus vecinos europeos. Recibimos con beneplácito y sin reserva alguna esta simplificación cuyos efectos todavía se subestiman y que ofrece un provechoso espacio de libertad. La voluntad de cambio resulta evidente, y permitirá transformar las mentalidades y a los ahorradores en inversores.

No ignoremos por ello las lecciones aprendidas durante estos últimos años, que han permitido a las finanzas reconsiderar su función en la sociedad. Además de la rentabilidad que sigue siendo imperativa, la profesión ha tomado plena consciencia de su impacto social y ha comenzado a pasar de las palabras a los hechos. El periodo actual resulta propicio para la adhesión de los ahorradores en lo que respecta a sus inversiones: al atractivo de la rentabilidad se añade ahora la posibilidad de ejercer influencia en las compañías de las que se han convertido en socios.

Nosotros también tratamos de sacar partido de estos vientos favorables para generar aún más valor e influir de manera positiva en el comportamiento de las empresas. En octubre lanzamos «Echiquier Positive Impact», una nueva solución de inversión socialmente responsable (ISR). Esta SICAV, que cuenta con la distinción ISR del Estado francés, invierte en empresas europeas que se distinguen por la calidad de su gobierno corporativo y sus políticas sociales y ambientales. ¿Cuáles son nuestros criterios de selección? Sus actividades deben aportar soluciones concretas para la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) definidos por las Naciones Unidas2.

Nuestro compromiso no es nuevo, pues la Fundación Financière de l’Echiquier (www.fondation-echiquier.fr) ya opera a favor de tres ODS: una educación de calidad, la reducción de las desigualdades y la igualdad de género. Sus esfuerzos se verán reforzados gracias al mecanismo de reparto de Echiquier Positive Impact —un tercio de los gastos de gestión de esta solución de inversión revertirá en la Fundación. De esta manera reforzamos aún más nuestros valores y le damos sentido a sus inversiones.

 

Didier Le Menestrel