¡Petróleo! ¡Petróleo!

En la avenida Kléber de París, el litro de gasolina sigue vendiéndose a 1,93 euros, si bien esta particularidad local no puede esconder la realidad mundial: desde el pasado mes de junio, el precio del petróleo se ha desplomado un 38% en dólares y un 31% en euros.

¿Debemos alegrarnos de este movimiento que, a priori, viene acompañado de un repunte del consumo? ¿O, por el contrario, hay que inquietarse y considerarlo un indicio precursor de una desaceleración brutal de la economía?

La repercusión del abaratamiento del petróleo en el consumo puede cuantificarse de forma clara: en Estados Unidos, un galón(1) que baja 80 centavos supone 100.000 millones de dólares en gastos adicionales posibles, o 900 dólares al año por familia. Es mejor que una rebaja de impuestos y se transfiere más rápidamente a la economía que una medida de expansión cuantitativa. ¿Se puede pedir algo mejor? ¿Por qué hay que ver en el descenso del precio del petróleo algo más que un factor favorable para el crecimiento futuro?

Analicemos unos ejemplos del pasado: si bien algunos descensos del petróleo, como el de 1985, fueron perturbaciones debidas exclusivamente a la oferta (en este caso, un abaratamiento del 67% asociado al aumento de la producción de Arabia Saudí), otros dejaron en la memoria recuerdos más borrosos que mezclaban descensos del PIB y caídas del precio del oro negro. Por ejemplo, la recesión de 1990 estuvo acompañada de un retroceso del 56% en la cotización del barril.

Cabe matizar cronológicamente ese «estuvo acompañada». ¿Había sido ese desplome del petróleo un indicador anticipado de la desaceleración económica a la que acabamos asistiendo? ¿O, por el contrario, se trataba de una relación de causalidad «clásica» en la que fue la desaceleración económica la que provocó, en un segundo momento, el descenso del precio del petróleo?

El análisis más preciso de estos periodos de volatilidad suele demostrar que, en este dilema del huevo y la gallina, el petróleo no constituye un buen indicador anticipado. Para quienes creen que los años noventa están muy lejos, cabe recordar 2008: el descenso del crecimiento mundial ya se había iniciado mientras que el precio del barril seguía fluctuando en niveles muy elevados (130 dólares en verano de 2008). El precio del petróleo emprendió su caída bastante más tarde, tras dos trimestres de neta ralentización.

Desde el punto de vista puramente estadístico, el retroceso actual del precio del barril no debería inquietarnos: la historia reciente demuestra que el precio del petróleo no es en ningún caso un precursor de tendencia.

Si bien no es un activo precursor, sus variaciones siguen siendo misteriosas. El alza era «inevitable» en 2008 (los analistas preveían que el barril costaría 200 dólares), mientras que, actualmente, un exceso de capacidad de 1 millón de barriles al día situará «inexorablemente» el barril en 60 dólares… Los agoreros lo achacarán a la llegada del gas y el petróleo de esquisto, y es cierto que esos 4 millones de barriles al día(2) no figuraban en los modelos de 2008. Ahora bien, aun así, mientras que el consumo anual de petróleo sigue una curva regular en débil ascenso (alrededor del 1% de crecimiento anual), las hipótesis de los precios encierran muchos errores sucesivos.

El precio del petróleo no indica nada sobre la dinámica del PIB, pero nos recuerda año tras año un comentario de Warren Buffet que nos gusta mucho: «Las previsiones no nos dicen nada sobre el futuro, pero nos dicen mucho sobre los que las emiten».

 Didier Le Menestrel

(1) Un galón = 3,8 litros
(2)EIA (Administración de Información Energética de EE. UU.)