Intuiciones británicas

Los espectadores que han visto la película The Imitation Game ya saben que los autistas dedicados a la criptografía y a las matemáticas pueden salvar vidas; los demás tal vez recuerden vagamente que Alan Turing (protagonista de la película) dio su nombre a una famosa prueba y a una máquina capaz de resolver algoritmos. Mientras trabajaba para descubrir el secreto de un código de comunicación utilizado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, Alan Turing tuvo la intuición genial de que la masa de información necesaria para descifrar los mensajes no podía ser procesada sin la ayuda de una máquina. Por ello, construyó un sorprendente dispositivo mecánico con cintas que, tras meses de pruebas, venció a Enigma, la máquina de cifrado alemana.

Todavía harían falta una treintena de años para que se desarrollaran realmente los ordenadores (el microprocesador no se inventó hasta 1969) pero Turing, el visionario inglés, puso la primera piedra de la inteligencia artificial a principios de la década de 1940. Con una clarividencia sorprendente, tras finalizar la guerra llegó a reflexionar incluso sobre los posibles límites de esa nueva forma de inteligencia. Presintió que un día la máquina podría entrampar al hombre gracias a su capacidad para imitar su lenguaje. Para validar su intuición, propuso a partir de 1950 su famosa prueba que todavía hoy motiva a muchos equipos informáticos impacientes por superarlo con éxito.

Sesenta y cinco años después y a unos 10.000 kilómetros de Londres, nuestros equipos han tenido la suerte de poder cruzar las puertas de FANUC (Factory Automation Numerical Control), una empresa japonesa especialista en inteligencia artificial y robótica. Una especie de secta de 45.000 millones de capitalización, implantada al pie del monte Fuji, sobre cuyo funcionamiento se cierne cierto halo de secretismo. En el recinto de esta sorprendente empresa, los trabajadores, todos vestidos de amarillo, construyen robots y elaboran el software que los pertimitira funcionar. Durante la visita por las naves de montaje se puede constatar la genialidad de la intuición de Alan Turing: resulta que los operarios no son hombres, sino robots que construyen otros robots. Tan solo unos pocos supervisores garantizan el buen funcionamiento de las cadenas de montaje en las que las máquinas fabrican máquinas en una curiosa puesta en abismo industrial.

Actualmente, más del 90% de las órdenes bursátiles ejecutadas son fruto de operaciones realizadas por autómatas. No es necesaria ninguna película inglesa ni ningún viaje a tierras lejanas para comprender que los robots y la inteligencia artificial están ya presentes en nuestro día a día. Sectores como las finanzas, la medicina o incluso la automoción invierten masivamente en tecnologías para mejorar la eficacia de los comportamientos humanos… ¡Una magnífica descendencia para la máquina del señor Turing!

Una descendencia que se ha convertido en un sector bursátil de pleno derecho. La capitalización del sector de la robótica y los automatismos asciende en la actualidad a 480.000 millones de dólares y nos ha brindado una de nuestras mejores rentabilidades recientes gracias a la sociedad inglesa RENISHAW (+33%), especialista en la fabricación de elementos de medición.

Un halago bursátil muy comprensible de parte de accionistas que buscan rentabilidades económicas cada vez más eficaces, aunque hay una cuestión existencial que sigue pendiente de debatirse: ¿el ordenador podrá prescindir del hombre algún día? Stephen Hawking, el famoso astrofísico inglés (está claro que destacan en esto…) nacido en el momento en que Turing descifraba los códigos secretos, resume a su manera los retos de esa carrera hacia la inteligencia de las máquinas: «Una vez que los hombres desarrollen la inteligencia artificial, esta despegará sola y se redefinirá cada vez más rápido. \[…] Los humanos, limitados por la lentitud de su evolución biológica, no podrán rivalizar y se verán superados.»

Este asunto merece un seguimiento especial…

  Didier LE MENESTREL