¡Quémalo, cariño, quémalo!
La elección de Donald Trump aviva un incendio en todos los frentes —político, social, bursátil…— y no cabe duda de que la economía y la geopolítica serán las siguientes en cuanto tome posesión oficialmente el 20 de enero.
Las llamas ya han llegado a los mercados: desde las elecciones y hasta el 14 de noviembre, los grandes valores estadounidenses han ganado más de un 4 %, mientras que el índice mundial menos las acciones estadounidenses se ha dejado más de un 2 % (en dólares). A la inversa, los tipos de los bonos están subiendo en respuesta al temor de los inversores a la inflación y el dólar gana terreno frente a todas las divisas.
Sin embargo, estos movimientos de carácter global no son nada en sí mismos comparados con las deflagraciones desencadenadas en los focos donde sopla directamente el viento de la revolución trumpista. A este respecto, cabe destacar no solo a Tesla, que, electrizada por la inclusión de Elon Musk en el equipo presidencial, se disparó casi un 40 % en la semana posterior a las elecciones, sino sobre todo, y en un plano mucho más sistémico, a los grandes bancos, que subieron un 11%, y a los más pequeños, que lo hicieron con más fuerza y avanzaron 13 %
La razón es sencilla. En general, Trump promete recortar drásticamente la regulación y, aunque todavía no se ha pronunciado específicamente sobre el sector de las finanzas, el mercado espera que se suavicen o, al menos, que no se incrementen las restricciones prudenciales que pesan sobre los bancos, como habría ocurrido si se hubiera decidido aplicar en EE. UU. el acuerdo denominado «Basilea 3», cuyo objetivo es endurecer la normativa bancaria. Incluso podríamos ver cómo se quema parte de lo que queda de la regulación puesta en marcha tras la crisis financiera de 2008, recogida en la ley «Dodd-Frank» aprobada en 2010 bajo la presidencia de Obama. Esta ley aumentó la supervisión de los bancos, obligándoles a constituir más reservas para protegerse de las crisis y a moderar los riesgos que asumían en los mercados, pero Trump aprobó una ley que relajaba estas restricciones durante su primer mandato (en 2018). Concretamente, el umbral a partir del cual los bancos son sometidos a una vigilancia estrecha por la Reserva Federal (Fed) se elevó de 50 000 a 250 000 millones de dólares en activos, lo que redujo de 38 a 12 el número de bancos sujetos a esta supervisión.
Aunque los propios bancos, o al menos sus accionistas, no pueden sino alegrarse ante la perspectiva de una nueva relajación, ¿el resultado será realmente mejor para la economía estadounidense y, por extensión, para la economía mundial, a tenor de los estrechos vínculos del mundo financiero? A corto plazo, es posible que se impulse la producción de crédito y la inversión en la economía, aunque, en realidad, la economía estadounidense apenas necesita más estímulos hoy en día (excepto quizás en los sectores de los inmuebles comerciales y las infraestructuras) al estar ya respaldada por la Inflation Reduction Act promovida por Joe Biden, por un déficit presupuestario récord, por un crecimiento cercano al 3 % y por los recortes de tipos que se prevé que aplique la Fed. Sin embargo, a largo plazo, es la eliminación de los cortafuegos establecidos por la ley Dodd-Frank lo que amenaza con hacer más vulnerable la economía. Así lo demuestra el reciente episodio de la crisis de los bancos regionales. Libres de ciertas limitaciones a raíz de las reformas de Trump de 2018, algunos bancos pequeños y medianos vieron amenazada su solidez por la subida de los tipos de interés a principios de 2023. Cuatro entidades, entre ellas Silicon Valley Bank y First Republic Bank, quebraron. En aquel momento, el índice de los bancos regionales llegó a perder un 30 % en pocas semanas. Afortunadamente, los daños se contuvieron gracias a la ayuda de los grandes bancos y la Reserva Federal y, en un movimiento pendular sin fin, se intensificó posteriormente la supervisión de los bancos más pequeños.
¿Ha aprendido Trump la lección de esta crisis, que facilitó indirectamente con sus reformas de 2018? En un momento en que todo lo que promete es desregulación, cabe albergar dudas. Aún peor es que la reticencia a regular el riesgo bancario pudiera extenderse a Europa. Según el Gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau, Europa podría tener la tentación de aplazar la aplicación de los últimos aspectos de la normativa denominada «Basilea 3» para no sufrir en exceso la competencia de un sector financiero estadounidense liberado de numerosas salvaguardias.
Así pues, la política de tierra quemada en materia regulatoria, al igual que el drill, baby, drill[1], serán sin duda eficaces para calentar la economía a corto plazo y dar lustre al inicio del mandato de Trump II, pero del tamaño de la hoguera dependerá también el volumen de cenizas que habrá que retirar.
Terminado de redactar el 15.11.2024. Por Alexis Bienvenu, gestor de fondos de LFDE
[1] «Perfora, cariño, perfora»: eslogan utilizado por los partidarios de la extracción de combustibles fósiles en EE. UU.