Cuando la incertidumbre se convierte en certeza
La guerra comercial que está librando la administración Trump contra el resto del mundo ha vivido nuevos episodios. Hasta la fecha, estos son los últimos movimientos de esta vertiginosa serie: para sorpresa general, el miércoles 28 de mayo los tres jueces del tribunal de comercio internacional de EE. UU. bloquearon los aranceles recíprocos anunciados el «Día de la Liberación» y el jueves 29 de mayo volvimos a la casilla de salida, ya que el tribunal de apelación suspendió por la vía de urgencia la aplicación de la sentencia del día anterior mientras se pronuncia sobre el fondo.
En esta guerra, se ha abierto un nuevo frente jurídico y, con él, una escalada trazada para alcanzar la cúspide del poder judicial en EE. UU.: el Tribunal Supremo. Esta batalla jurídica tiene que ver con el ámbito de los poderes de la Casa Blanca frente al Congreso. Su desenlace es incierto en estos momentos, pero sus consecuencias económicas directas lo son mucho menos, ya que prolonga un periodo de indecisión en diferentes esferas.
En primer lugar, en el plano comercial, donde cabe preguntarse cómo van a embarcarse las empresas en proyectos industriales ambiciosos mientras los costes futuros de los productos extranjeros están envueltos en la bruma.
Para los hogares, ya ha comenzado un baile de precios en la gran distribución que está repercutiendo una parte de la subida efectiva de los aranceles. ¿Qué estrategia de consumo se puede adoptar si los precios terminan recorriendo el camino inverso o si, por el contrario, los niveles de imposición vuelven a subir si no se alcanzan acuerdos con China y la Unión Europea, por ejemplo?
Después, en el plano diplomático, la duda gira en torno a qué bases deben entablar negociaciones los socios comerciales de EE. UU. ¿A partir de los gravámenes anunciados el 2 de abril o sobre un nivel a priori más bajo, si el Congreso tuviera algo que decir sobre la extensión y el nivel de los aranceles?
Los presupuestos de 2026 están en pleno proceso de negociación en el Senado estadounidense, después de su aprobación en la Cámara de Representantes, pero ¿qué forma habrían de adoptar, dado que una gran parte del aumento de la recaudación debe provenir de la subida de unos aranceles que, hoy en día, son inciertos?
En cuanto al calendario, una parte de los aranceles se ha suspendido, pero ¿qué le ocurrirá el 8 de julio a la mayoría de los Estados? ¿Y a la Unión Europea a partir del 9 de julio? ¿Y a China más allá del 9 de agosto?
Por último, esta situación no deja de ser kafkiana para la Reserva Federal de EE. UU. Incapaz de prever el impacto de la guerra comercial sobre la inflación y el crecimiento, la entidad parece condenada a esperar acontecimientos ante tanta indefinición.
Aunque hasta ahora los mercados financieros han emitido señales de una relativa resistencia a la vista de tantas incertidumbres, sí que se observa una cosa: la desconfianza ha cambiado de bando. Mientras que la excepcionalidad estadounidense estuvo en boca de todos hasta la investidura de Donald Trump, la tesis «todo menos activos estadounidenses» se ha impuesto desde entonces en forma de dólar a la baja, alzas en los tipos de la deuda pública y una preferencia por la renta variable no estadounidense. Una certeza, en definitiva: la incertidumbre tiene un coste.