¿Una nueva edad de oro?
El oro resplandece: mientras que hace diez años valía tres veces menos, el metal amarillo superó los 3300 dólares por onza el pasado 16 de abril y se anota una subida del 25 % en lo que llevamos de año. Junto con las minas de oro y el sector de la defensa, es uno de los activos con mejor trayectoria en el caos actual.
El único pero es que, históricamente, las escaladas del metal refugio han anunciado o acompañado una tempestad financiera. A finales de la década de 1970, el oro subió con fuerza al calor de la inflación desbocada inducida por las crisis petroleras. El máximo de comienzos de 1980 corresponde al momento en el que la Reserva Federal de EE. UU. inició una política monetaria tan restrictiva que desembocó en una recesión.
A comienzos de los años 2000, el oro inició un largo ascenso en paralelo a la formación de una burbuja gigante en el sector inmobiliario estadounidense. La «gran recesión» que trajo consigo la explosión de esta burbuja en 2008 no interrumpió su progresión, que se mantuvo a lo largo de la crisis en que se sumió la moneda europea a causa del cuasiimpago de Grecia. La cima que alcanzó en 2011 corresponde a la primera rebaja de la calificación crediticia de la deuda de EE. UU., un suceso que supuso un trauma simbólico para la primera potencia mundial, pese a que no parece haber tenido ninguna consecuencia grave hasta ahora para el mundo financiero.
Sus dos máximos recientes, durante la crisis del COVID y, posteriormente, al estallar la guerra en Ucrania, señalan también episodios de tensiones financieras o geopolíticas con consecuencias de calado, sobre todo por la inflación que han traído consigo.
¿Qué nuevo desorden mundial anuncia su escalada esta vez?
La hipótesis principal es una desconfianza creciente en el dólar, una situación con consecuencias difíciles de calibrar que beneficiaría a las monedas alternativas, como el oro. Después de reinar de forma absoluta en los intercambios internacionales, el dólar está viendo cuestionado su estatus. De hecho, su peso en las reservas de los bancos centrales ha pasado del 65 % en 2016 al 57 % en 2024, según el FMI. Para reemplazarlo, los bancos centrales del mundo se han abalanzado sobre le metal amarillo. Según el Consejo Mundial del Oro, las compras por parte de los bancos centrales ascienden de media a 473 toneladas al año entre 2010 y 2021. Sin embargo, desde 2022 —un año marcado por la guerra en Ucrania— la demanda se ha disparado hasta más de 1000 toneladas anuales, impulsada sobre todo por los países emergentes. China no es la única implicada: en 2024, los principales bancos centrales compradores fueron, por este orden, los de Polonia, Turquía, la India y, a continuación, China. Otros activos, como el yuan o las criptomonedas, completan la oferta de monedas alternativas, pero su peso sigue siendo ínfimo. El yuan, por ejemplo, representa apenas el 2 % de las reservas mundiales. Su potencial de progresión es inmenso, pero no le hace sombra al oro, que tiene la ventaja de ser independiente de cualquier Estado.
Al distanciamiento progresivo del dólar se suma recientemente la voluntad de EE. UU. de aflojar el corsé que rodea a una moneda de referencia. Este estatus, que hace que la demanda no se agote, se traduce automáticamente en una sobrevaloración estructural y, por ende, en una pérdida de competitividad para las exportaciones. El meollo del objetivo trumpista en materia económica no es otro que poner remedio a esta situación. En principio, la depreciación del dólar, lo que incluye exigir a la Reserva Federal que recorte prematuramente los tipos de interés, permitirá reforzar las exportaciones de bienes. Esta política podría llevar incluso a forzar una devaluación concertada del dólar, como apuntan los rumores en torno a los enigmáticos «acuerdos de Mar-a-Lago». Desde esta perspectiva, el oro desempeñaría un papel de refugio, ya que nadie puede devaluarlo. De ahí su atractivo.
Por último, otros factores coyunturales contribuyen al sostenimiento de la dinámica del oro, sobre todo las expectativas de inflación, que suben en EE. UU. debido a los efectos previstos del aumento de los aranceles a las importaciones de bienes, o incluso la no resolución de conflictos emblemáticos, como los de Ucrania, Oriente Próximo o el Mar Rojo.
Estas dinámicas hacen presagiar un futuro brillante para el oro, pero la fuerza de su avance suscita interrogantes, sobre todo, en comparación con la plata. Por lo general, estos metales describen trayectorias relativamente parejas, pero en 1980 y en 2011, cuando la plata subió mucho más que su gemelo brillante, se desencadenó una corrección violenta. La situación actual presenta similitudes, pero con los papeles cambiados. Así pues, prudencia con el metal radiante, pese a que nunca faltarán calamidades que lo hagan brillar.
