Sin prosperidad, no hay prosperidad común
Kévin Net, gestor y responsable del área de Asia de La Financière de l’Échiquier (LFDE) | Marzo 2025
En el mes de agosto de 2021, en plena crisis por el COVID, el presidente chino resucitó un término que databa de 1953: la prosperidad común. Con este eslogan, Xi Jinping quería promover un modelo de desarrollo económico más equitativo sin grandes diferencias de riqueza. En un momento en el que China había registrado el mayor crecimiento en el número de cienmillonarios de los últimos 10 años[1], este mensaje de Pekín se percibía como un nuevo ataque contra los más ricos, en su mayor parte empresarios. El sector tecnológico parecía estar especialmente en el punto de mira, un área que ya sufría presiones regulatorias desde la cancelación de la salida a Bolsa de Ant Financial en 2020, un sinfín de trabas y multas a innumerables empresas. La respuesta del sector privado a esta prosperidad compartida no se hizo esperar: creación de entidades benéficas, participación en la financiación de proyectos públicos, creación de fundaciones dotadas con 100 000 millones de yuanes por los gigantes de Internet Tencent y Alibaba… Frenadas en sus ardores expansionistas, las empresas chinas pasaron a concentrarse en la gestión de sus costes y su reorganización estructural.
Lo que China había subestimado sin duda es la importancia del sector privado en su economía, que se resume en cuatro cifras: 60/70/80/90. El sector privado representa alrededor del 60 % del PIB chino, el 70 % de su capacidad de innovación, el 80 % del empleo urbano y el 90 % de la creación de empleo. Al tratar de poner coto al sector privado, China ha debilitado su economía, de por sí afectada por la pandemia y las sanciones estadounidenses. La crisis de confianza que se ha instalado en China afecta al sector privado, a los consumidores, que temen por su puesto de trabajo, y a los inversores, dado que el sector privado representa el 70 % del MSCI China.
En septiembre de 2024, China varió su discurso. Mientras las autoridades decidían cuidar la economía con un plan de medidas monetarias, bancarias, inmobiliarias, presupuestarias y bursátiles, no se olvidaron de subrayar la importancia del sector privado. En enero de 2025, ha sido DeepSeek, la respuesta china a ChatGPT, quien ha colocado al sector privado en el corazón de la estrategia nacional. DeepSeek demuestra la capacidad de innovación del sector tecnológico chino, a pesar de la ralentización económica y los escollos internos y externos. Esta revelación es significativa, máxime cuando le suceden otras, como el anuncio de la alianza de Alibaba con Apple en el terreno de la IA o la de BYD en la conducción autónoma. El simposio que presidió Xi el 17 de febrero reunió a la flor y nata de los emprendedores chinos, a los fundadores de grupos empresariales imprescindibles como Tencent, Xiaomi o Alibaba, y a start-ups como DeepSeek o Unitree Robotics. El mensaje que se ha enviado, Prosper first for common prosperity, es claro: para contribuir a la prosperidad común, Pekín debe dejar que se enriquezcan. Para pasar del dicho al hecho, se ha presentado un proyecto de ley que prohíbe las multas arbitrarias a las empresas privadas y el regulador aprobó la compra del negocio de streaming de JOYY por Baidu, rechazada en 2020. Los rumores hablan incluso de la reactivación de la salida a Bolsa de Ant Financial, algo que enviaría una poderosa señal.
Este resurgir del sector privado ha sido bien acogido por los inversores, y prueba de ello es la subida del 15 % del MSCI China desde comienzos de 2025 (casi un 40 % en un año) y del 30 % del índice tecnológico chino HSTech en el mismo periodo. Mientras el mercado se desesperaba esperando un rescate de la economía china con medidas de estímulo, resulta que el único estímulo que necesitaba China era dejar vía libre al sector privado.