Regreso a los orígenes

Desde el verano de 2007, este editorial ha reflejado la imagen de lo que todos hemos vivido: ¡muchas finanzas y poca economía real! Sin embargo, en realidad, el peso de las finanzas en el PIB nunca ha dependido directamente del crecimiento de la economía real. Los grandes periodos de auge del sistema financiero han coincidido casi siempre con grandes momentos de conmoción: el ferrocarril a finales del siglo XIX, la electricidad a principios del siglo XX o internet a finales de este mismo siglo. La explosión financiera de finales de los años 2000 tuvo una originalidad: se autonutrió, creando su propio viento. En Estados Unidos, el sector llegó a representar más del 30% de los beneficios totales de las empresas en 2006/2007, contra una media histórica más cercana el 15% a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Ya es hora de que este sector recobre un peso que corresponda más a su utilidad económica… Y las finanzas mundiales no llevarán a cabo una cura de adelgazamiento espontáneamente ni por amor al arte: como un Fénix de los tiempos modernos, no ha acabado de renacer de sus cenizas y los más entusiastas ya se regocijan pensando en las futuras burbujas y variaciones erráticas de precios, fuentes de beneficios excepcionales. Es cierto que al declarar « we have done God’s job », el presidente de Goldman Sachs demostró carecer de humildad.

Con esta frase ha desencadenado la ira de una autoridad poco proclive a dar prueba de mansedumbre: el Presidente Obama acaba de poner en su sitio con firmeza a las “lecheras de las finanzas” enunciando las reglas que pretende imponer a los establecimientos financieros presentes en el territorio estadounidense. Estas reglas se articulan en torno a tres ejes: nuevos impuestos, limitación del tamaño de los bancos y de su ámbito de intervención. Para reforzar sus argumentos, Barack Obama viene acompañado del antiguo Presidente de la Fed, Paul Volcker, el hombre que “rompió” con la inflación de los años 80 y que habla espontáneamente de un rigor salvador.

Las molestias suscitadas por los comentarios de algún Viejo gato no deben hacernos olvidar que estamos viviendo la que es, sin lugar a dudas, la salida de la crisis menos mala. Hace algunos meses, lo más urgente era apagar el incendio… no acusemos ahora a los que lo hicieron de haber inundado la moqueta. El salvamento del ahorrador era necesario y así se percibía, pero ahora el salvamento del banco de inversión se percibe como una carga insoportable impuesta al contribuyente. Hoy en día, los que apelaron a la ayuda del pueblo reembolsan con rapidez y el incendio está apagado.

Por eso Sí, es urgente poner en marcha nuevas reglas para evitar (y controlar mejor) un eventual incendio futuro. Pero también es urgente regocijarse de la recuperación del equilibrio económico mundial. A base de tratar solo los temas más candentes, nos arriesgamos a obviar lo esencial: ya es hora de que el dinero vuelva a circular serenamente por nuestra economía.

Un poco de serenidad y de estabilidad no son nocivos para nuestro mundo de “stock-pickers”, un mundo que, desde hace algunos meses, está enviando señales positivas. Ya que, si existe una categoría de actores que, en su conjunto, no ha fallado, es la de los jefes de empresa. Mucho más reactivos que en las crisis anteriores, han mantenido unos niveles de margen más que decentes (6,8% para el Stoxx 600 en 2009 contra 4,5 en 2003) y, como buenos timoneles de tempestades, han reconstituido con rapidez la calidad de sus balances: un cuarto de las 200 primeras empresas europeas poseen una tesorería positiva a finales de 2009 e inician el 2010 dispuestas a enfrentarse a todas las intemperies.

Tras largos meses de editoriales de nuestra Carta muy (¿demasiado?) financieros, apostemos por que estos jefes de empresa disfruten de un entorno más favorable y lleguen a ocupar en los espíritus de los ahorradores un lugar mayor, que nunca habrían debido dejar.