La ventana de Overton está abierta en par en par en EE. UU.
También conocida como ventana del discurso, la ventana de Overton designa el conjunto de ideas y opiniones consideradas más o menos aceptables por la opinión pública de una sociedad en un momento dado. Este concepto dinámico evoluciona sobre todo en el siguiente caso: mediante la promoción deliberada de ideas extremas, la opinión pública estará más dispuesta, por un efecto de comparación, a aceptar postulados que hasta entonces se consideraban intolerables.
En EE. UU., Donald Trump ha agrandado enormemente esta ventana desde que tomó posesión, no solo a nivel social y político, sino también económico. Sin duda, eso explica, al menos en parte, el peor comportamiento relativo de la renta variable estadounidense frente al resto del mundo entre la investidura del 20 de enero y el 27 de febrero. En este periodo, el S&P 500 se anota una caída del 8 % frente a un índice mundial que excluye a EE. UU.
Al multiplicar las declaraciones altisonantes sobre la política comercial, la desregulación, la geopolítica o la reducción del gasto público bajo la autoridad suprema de Elon Musk, Donald Trump ha sumido a los actores económicos y a los mercados financieros en un estado de asombro permanente. Su imprevisibilidad y su capacidad para tomar decisiones quick and dirty comienzan a sustanciarse en un descenso de la confianza de los consumidores y las empresas. Además, la incertidumbre en los mercados es palpable en la subida del VIX, el índice del miedo. A pesar de los buenos resultados del cuarto trimestre de 2024, los valores estrella de los dos últimos años, los Siete Magníficos, sufren desde principios de año. Entre el 1 de enero y el 27 de febrero, seis de los siete se anotan descensos, incluso importantes, mientras que el S&P se mueve cerca del equilibrio. ¿Debemos rebautizarlos como los Siete Rezagados?
Estos últimos días en Wall Street, uno de los síntomas más visibles de la ampliación de esta famosa ventana es la multiplicación de las crónicas sobre un eventual Acuerdo de Mar-a-Lago, inspirado en el Acuerdo del Plaza de 1985. Este acuerdo, por el momento hipotético, estaría destinado a debilitar el dólar para restaurar la competitividad estadounidense, pero sobre todo para aligerar la deuda pública estadounidense. Las hipótesis más descabelladas imaginan incluso un acuerdo con los acreedores para canjear la deuda actual por bonos a 100 años sin cupón hasta el vencimiento. Esta situación no distaría mucho de una forma de espoliación de los inversores extranjeros.
A la luz de su primer mandato, parece que, para Trump, la consecución de su mantra Make America Great Again pasa también por unas bolsas resistentes. Esperemos que este termómetro siga siendo un freno para algunos de sus excesos, ya que, sin él, los próximos cuatro años amenazan con ser largos para los inversores expuestos a los activos estadounidenses.