La obligación verde
¿Los bonos «verdes», esos títulos de deuda vinculados a proyectos ecológicos, están alumbrando una «revolución verde» en los mercados financieros o no son más que un «destello verde», un espejismo tan hermoso como fugaz?
A la vista de la evolución reciente del mercado, la hipótesis del espejismo parecería la más acertada.
En efecto, por primera vez en su historia, el volumen de emisiones de bonos verdes ha decrecido en tasa interanual: de 596.000 millones de dólares en 2021 ha pasado a 443.000 millones en 2022, de acuerdo con los datos de la Climate Bonds Initiative. Eso supone una caída del 25 %. Sin embargo, el conjunto del mercado de renta fija vivió un año funesto en 2022, a decir verdad. Una inflación de una magnitud histórica, que provocó bruscas subidas de tipos por parte de los bancos centrales, sembró el caos en el mercado de bonos. Los bonos con etiqueta «verde» no ofrecieron ninguna protección particular, es preciso reconocerlo, incluso cayeron más que los bonos clásicos: -17 % en el caso del índice Bloomberg MSCI Green Bond TR Hedged USD, frente a -11 % del índice Bloomberg Global Aggregate TR Value Hedged USD en 2022.
No obstante, su dimensión verde no tiene la culpa. Se puede criticar su menor diversificación en materia de sectores e instrumentos, ya que es un mercado todavía en pañales, pero no hay nada que les condene específicamente por su concepción «verde».
Por otro lado, 2023 ha arrancado al contrario que 2022. Así, las emisiones de enero se situaron en 39.000 millones de euros[1], un 25 % más que en enero de 2022, y varios bancos prevén que en 2023 las emisiones recuperen los niveles de 2021.
Y eso es solo el principio, ya que, si la progresión de la última década se retoma o incluso se acentúa bajo el influjo de los nuevos planes del gobierno estadounidense (Inflation Reduction Act), europeo (Green Deal) o chino, y encuentra apoyo en el interés de los inversores y las diferentes presiones en favor de una economía con menos emisiones de carbono, la Climate Bonds Initiative apunta a un nivel de emisiones de hasta 5 billones de dólares anuales a partir de 2025. De ahí puede salir un mercado extremadamente líquido. A este respecto, China está realizando esfuerzos prometedores. A pesar de que su economía sigue dependiendo en gran medida del carbón, el país ya fue el primer emisor de green bonds en 2022. El resto de los países probablemente no se dejará arrebatar el podio sin luchar, lo que debería contribuir también al aumento de las emisiones verdes y, a la inversa, esperamos, al descenso de las emisiones de CO2.
Aunque 2022 no haya sido más que un accidente dentro de la tendencia general de las emisiones, posiblemente también marque el comienzo de otra tendencia: el rechazo a la inversión responsable, que se afianza sobre todo en EE. UU. Así, a finales de 2022 vimos cómo la segunda gestora de activos del mundo, Vanguard, abandonaba la Net Zero Asset Managers Initiative. Este viento de cara podría ralentizar las iniciativas verdes. Sin embargo, ante el impulso general en favor de una economía más sostenible, resulta difícil imaginar que los productos financieros verdes se vean lastrados de forma apreciable por este movimiento. Simplemente, el mercado deberá asumirlo.
Para terminar, un último pero crucial escollo amenaza el desarrollo de los bonos verdes y, de forma más amplia, los bonos «sostenibles». No es necesariamente el precio, que ciertamente es ligeramente más elevado que el de los bonos clásicos, sino si el inversor estaría dispuesto hasta cierto punto a pagar un plus por un título que considera útil en otros aspectos. El riesgo principal es que se engañe con el valor ecológico de los proyectos, el denominado greenwashing, que puede minar la confianza del inversor. En su informe de 2021, la Climate Bond Initiative calcula que únicamente el 20 % de los bonos verdes presenta estándares suficientemente elevados para obtener una certificación. Para que se desarrolle el mercado verde, esta proporción debe invertirse como mínimo. El camino sigue siendo largo y la tarea, ingente, y Europa no debe cabalgar sola.
Si los bonos verdes están llamados a convertirse en una obligación en las carteras, entonces deben poner de manifiesto que no basta con fingir ser verde, hay que demostrarlo. Solo entonces el destello verde dejará de ser un espejismo. Hasta ese momento, el inversor debe realizar un análisis en profundidad del valor ecológico real de cada bono verde, una tarea que solo puede llevarse a cabo con ayuda de una gestión activa y experta. La próxima revolución de las finanzas podría ser perfectamente verde y activa.
Editorial del mes de Alexis Bienvenu, gestor de fondos de La Financière de l’Echiquier
[1] Amundi