Dilema

El bienestar colectivo y el interés particular no siempre son compatibles. Esta afirmación espontánea queda perfectamente ilustrada en el “dilema del prisionero”, enunciado en 1950 por Albert Tucker, matemático estadounidense que dirigió durante 20 años el departamento de matemáticas de la universidad de Princeton.

Se interroga a dos prisioneros por separado. Éstos pueden callarse o denunciar al otro. En función de sus respuestas, pueden producirse tres escenarios:

Caso n°1: si uno solo de los dos prisioneros denuncia al otro, se le dejará en libertad, mientras que el otro será condenado a la pena máxima (10 años);
Caso n°2: si los dos se denuncian mutuamente, serán condenados a una pena más corta (5 años);
Caso n°3: si los dos se niegan a denunciarse, la pena para ambos será la mínima (6 meses).

Los amantes de la teoría de los juegos habrán reconocido una de sus ilustraciones más famosas; incluso en el caso donde a ninguno de los “jugadores” le interesa denunciar al otro (caso nº 3), es probable que el miedo de sufrir una sanción dura si el otro eligiera una respuesta distinta lleve a los dos prisioneros a denunciarse mutuamente.

Esta teoría, ampliamente desarrollada por John Forbes Nash, matemático estadounidense atípico (1), tiene numerosas implicaciones en el estudio y el posicionamiento competitivo de las empresas. También encuentra en la actualidad política reciente una nueva ilustración.

¡Los “prisioneros denunciantes” están ya por todas partes! El político denuncia al banquero responsable de todos los males, el economista denuncia a los Estaros irresponsables y despilfarradores, mientras que en Francia, los partidos de derechas y de izquierdas denuncian sus derivas respectivas. Está claro que nos situamos en la configuración del caso nº2 del experimento de los prisioneros, donde cada actor razona según su propio interés y nos aleja de la solución óptima. En pocas palabras, la situación económica global se agrava aún más rápido que si todos los actores cooperasen de manera inteligente.

Un paso más hacia los modelos propuestos por Nash saca a relucir la noción de juego cooperativo o no cooperativo. El caso de los dos prisioneros es claramente “no cooperativo”: si se consultase, seguro que adoptarían un razonamiento distinto. Al contrario, en el mundo de la empresa, el entendimiento sobre los precios resulta ser un “juego cooperativo” que las autoridades de la competencia sancionan por el bien de los consumidores.

¿Y qué sucede con la esfera pública? Si sigue siendo cooperativa en la medida en que podemos votar o incluso abandonar el juego, la realidad es, al contrario, mucho más matizada. El Gobierno impone sus reglas, siendo prueba de ello la multiplicación actual de las medidas fiscales, una actuación más bien “no cooperativa”. Por lo tanto, es casi seguro que vamos a dirigirnos hacia una reacción de prisioneros “no cooperativos”, racional para cada individuo y, sin embargo, globalmente aberrante ante la amplitud de los déficits a compensar.

El contribuyente, como el prisionero, sólo intenta minimizar su pena máxima en función de la regla impuesta. Tasar en exceso un tipo de ingreso u otro acarreará, así pues, la erosión brutal de dichos ingresos en función de la adaptación de las “víctimas”. Con ello, el Estado sólo habrá conseguido aumentar la sanción individual al tiempo que se ha reducido el interés colectivo.

Un homenaje público muy costoso a John Forbes Nash… o una validación concreta de la curva de Laffer (2), esta ilustración matemática del dicho popular que recuerda con gran acierto que “demasiados impuestos matan los impuestos”.

Didier LE MENESTREL
con la complicidad de Marc CRAQUELIN

(1) John Forbes Nash (nacido en 1928) sufre de esquizofrenia…
(2) Economista liberal estadounidense, nacido en 1940