¿Homero me ha “matao”?

¿Qué tienen en común Grecia y Azerbaiyán? Además de una población de unos diez millones de habitantes cada uno, estos dos países han recibido la misma calificación “podrida” (en este caso BB+) por parte de Standard and Poor’s para sus obligaciones.

Sin embargo, la situación de Azerbaiyán sería más envidiable, ya que su calificación viene acompañada de una “perspectiva positiva”, mientras que, a pesar del plan conjunto de 110 Md€ del FMI y la Unión Europea y una cura de austeridad drástica, la perspectiva de calificación de Grecia sigue siendo “negativa” para esta misma agencia. ¿Con un Producto interior Bruto más de 4 veces superior, la calidad de la firma en euros de los helenos sería completamente comparable a la de los azerbaiyanos en manats (divisa de Azerbaiyán? Decididamente, la imagen de nuestra vieja Europa vehiculada por los expertos internacionales y los medios no es demasiado halagadora.

La crisis de liquidez que experimenta Grecia hoy en día recuerda en gran medida a la que afectó a los bancos a partir de 2007 y luego a las empresas a partir de 2008. La contaminación de los mercados es rápida y difícil de detener, los malos recuerdos están demasiado frescos en las memorias de los inversores… Esta crisis sólo se parece en el hecho de ser financiera y de influir en la confianza (o la desconfianza) de los inversores. Los comportamientos se vuelven borreguiles y autorealizadores: « Cuanto menos ganas de prestar tengan los demás, más me niego a hacerlo yo”. La paradoja llega al colmo cuando vemos que desde ahora, una obligación griega a dos años se remunera al 15%, mientras que la de su hermano mayor alemán que se ha comprometido (casi) a garantizarla, se remunera al 0,6%.

Las medidas presupuestarias adoptadas por Grecia son, sin embargo, severas. Más allá del “divertido” impuesto sobre las construcciones ilegales (1,5 Md€, que ya es mucho para unas casas que no existen oficialmente), los aumentos de las tasas y las reducciones de gastos van a golpear de manera duradera el dinamismo del Producto Interior Bruto Griego.

Pero poco importan las medidas adoptadas a corto plazo; el convencimiento de los inversores es brutal: la disminución del crecimiento potencial amenaza al conjunto de la zona euro y, para la mayoría de los países (figurando Francia en primera fila de los mismos), el ajuste presupuestario, y por lo tanto fiscal, está ante nosotros.

Es sorprendente descubrir sólo hoy que las empresas europeas van a tener que actuar en un entorno de crecimiento flojo: ellas ya lo sabían y nos lo advertían desde hace mucho tiempo. Desde hace diez años, el crecimiento medio de la zona euro es inferior al 2% anual, mientras que, al mismo tiempo, el resto del mundo serpentea a un ritmo cercano al 4%.

Por consiguiente, no hay nada nuevo para nuestras empresas que se habían preparado desde hace tiempo: buscar el crecimiento allí donde éste se encuentra es el principal motivo de preocupación del empresario clarividente. Un ejemplo actual es el éxito espectacular de la SOCIETE d’EMBOUTISSAGE de BOURGOGNE, más conocida por sus clientes con el nombre de SEB. Tras haber deslocalizado buena parte de sus costes, SEB deslocaliza ahora sus mercados finales. Francia ya sólo representa el 20% de sus ventas, toda Europa occidental no más del 40% y, en el primer trimestre de 2010, la facturación del grupo SEB supera su mayor nivel histórico con un crecimiento impresionante del +12%. Una transformación lograda para el fabricante de ollas a presión, que continúa a marchas forzadas (el margen operativo se ha duplicado en diez años) su conquista de nuevos mercados y de un crecimiento que se reproduce sin cesar.

Esta estrategia de ajuste y de movilidad de los capitales empleados sigue siendo exclusividad de las empresas, quedando los Estados, por su parte, desgraciadamente tributarios de los ciudadanos que aceptan vivir en ellos. Es más fácil adaptar los medios de producción que recaudar los impuestos necesarios para equilibrar los presupuestos…

En la Carta de principios de año, citábamos a Jean Monnet: « Las personas sólo aceptan el cambio ante la necesidad, y sólo ven la necesidad ante la crisis». Apostemos porque esta crisis tenga como efecto benéfico el de incitar a los Estados a vivir a la altura de sus medios… y regocijémonos en continuar confiando nuestros ahorros a aquellas empresas que han sabido adaptarse y disfrutar del crecimiento mundial recuperado.