Sembrar vientos
Los dogmas de gobierno económico y político que parecían más asentados estas últimas décadas están desmoronándose rápidamente ante las acometidas de la huestes trumpianas y sus aliados.
Defensores de un «mundo diferente», estos altermundialistas de otro signo fueron acogidos calurosamente este año en el Foro Económico Mundial de Davos, donde hace veinte años otros altermundialistas, esta vez de izquierdas, intentaron hacer oír su voz, pese a que no fueron invitados. Así, el pasado 23 de enero se pudo escuchar al presidente argentino Javier Milei tronar contra la idea misma de «justicia social». Acto seguido, Donald Trump cargó contra los principios del libre comercio, los mercados autónomos y la independencia de los bancos centrales. Estamos, pues, ante un cuestionamiento de los principios liberales que marca el comienzo de una nueva era económica cuyas consecuencias aún están por dilucidar.
El primer principio sacrificado es el libre comercio. Según la teoría clásica, se suponía que este fomentaba el crecimiento mundial mediante la interacción de las ventajas comparativas entre países, pero el libre comercio internacional ya no es un principio inquebrantable, puesto que Trump pretende distorsionar la competencia internacional mediante aranceles punitivos. Paradójicamente, China está convirtiéndose en uno de los últimos defensores del comercio internacional sin trabas.
Segundo principio sacrificado: los mercados autónomos. Bramando contra unos precios de la energía que considera excesivos (especialmente para su electorado), Trump pretende utilizar todos los medios a su alcance para presionar en favor de una mayor extracción de petróleo, bien a los productores extranjeros, como Arabia Saudí, a la que anima a abrir las compuertas de par en par a pesar de los compromisos del país con la OPEP y de los propios intereses del reino, que intenta alejarse de su dependencia exclusiva del oro negro, o bien a los productores estadounidenses, a los que se anima a perforar más. Sin embargo, el umbral de rentabilidad de los pozos nacionales, cifrado por un estudio de Statista en 62 dólares por barril[1], no está muy lejos de los precios actuales, lo que podría llevar a las empresas estadounidenses a invertir en proyectos petrolíferos menos rentables o incluso no rentables. En principio, un mercado autorregulado no se embarcaría en perspectivas tan arriesgadas y la economía del petróleo debería depender más del equilibrio entre la oferta y la demanda que de las presiones políticas, si bien estas siempre han tenido cierto peso.
Por último, la independencia de los bancos centrales, dogma estrella de finales del siglo XX, está poniéndose en entredicho cuando Trump reclama, ante la asombrada élite económica mundial, el derecho a influir a la baja en los tipos de interés: «Con la caída de los precios del petróleo, pediré que los tipos de interés bajen inmediatamente», declaró. La Reserva Federal de EE. UU. (Fed) vuelve a estar bajo presión, como en 2018, cuando Trump despotricó contra esos «enemigos del pueblo» que subían los tipos. En aquel momento, el Presidente Powell se resistió y no hay duda de que esta vez lo volverá a intentar, pero ¿cuánto aguantará el dique? Durante los próximos años, Trump podrá influir en las renovaciones periódicas dentro del Consejo de Gobernadores. J. Powell solo ocupará el cargo hasta mayo de 2026. A partir de ese momento, Trump podrá ejercer sus presiones con más facilidad.
¿Cuáles son las posibles consecuencias de estos cambios? Un descenso del precio del petróleo, combinado con deslocalizaciones forzosas y tipos de interés de referencia excesivamente bajos en comparación con lo que justificaría la situación económica, podría terminar provocando un recalentamiento de la economía estadounidense. Además de la especulación que lo acompañaría, con las desastrosas consecuencias que todos conocemos, este recalentamiento podría tener como efecto el aumento de los tipos de interés a largo plazo, por el temor a una vuelta a la inflación que ello conllevaría. Esta subida de los tipos de interés supondría una carga considerable para los presupuestos públicos estadounidenses, lo que colocaría en una situación preocupante la estabilidad financiera del país.
Mientras tanto, la ejecución del plan de Trump debe pasar la prueba de la puesta en marcha, que será cualquier cosa menos sencilla. Por tanto, las consecuencias pueden ser menos violentas de lo que se prevé actualmente. En ese caso, los vientos de optimismo sembrados por Trump en los mercados podrían cosechar algo distinto a una tempestad recrudecida.