America First
En EE. UU., las bolsas escalan nuevas cumbres inmersas en una sensación de embriaguez. Los índices estadounidenses están alcanzando ciertamente nuevas cimas, pero su rentabilidad y sus niveles de valoración parecen haber relegado a los índices del resto del mundo al campo base.
Tanto es así, que podríamos aventurarnos a situar la valoración de las acciones cerca de los 8000 metros, el umbral tan temido por los himalayistas. Esta altitud, también conocida como la «zona de la muerte», simboliza el punto en el que el cuerpo humano alcanza sus límites por falta de oxígeno y se deteriora irremediablemente.
No cabe duda de que la renta variable estadounidense está cara desde el punto de vista de la valoración, tanto en relación con su propio historial como con el resto del mundo y otras clases de activos. Varias cifras hablan por sí solas. La brecha de valoración entre la renta variable estadounidense y la europea nunca había sido tan grande. En la actualidad, atendiendo al famoso PER[1] (relación entre el precio de la acción y los beneficios esperados a un año), la renta variable europea cotiza con un descuento cercano al 40 %. Y si corregimos los sesgos sectoriales de los índices, encontramos un descuento de más del 30 %. En otras palabras, un inversor está dispuesto a pagar las acciones estadounidenses a 22,5 dólares por 1 dólar de beneficios durante el próximo año, mientras que una empresa cotizada a este lado del Atlántico le costaría una media de solo 13,5 dólares. Utilizando 7 ratios de valoración diferentes, podemos apreciar que la valoración del S&P 500 únicamente ha sido superior de media un 6 % de las veces desde 1976. Por último, en comparación con la deuda pública o la deuda corporativa, la renta variable estadounidense también parece poco atractiva, sobre todo porque su riesgo intrínseco es, a priori, más elevado.
Para un inversor, la valoración por sí sola no debe considerarse un indicador fiable en un horizonte de unos pocos meses o trimestres. Al igual que el conquistador de cumbres puede recurrir al oxígeno embotellado para compensar los efectos de la altitud, los índices bursátiles pueden prolongar su estancia más allá de los 8000 metros. Sin embargo, la historia bursátil demuestra que una valoración troposférica es un indicador fiable a largo plazo de las exiguas rentabilidades que cabe esperar: desde 1933, cuando el índice de valoración a largo plazo calculado por el premio nobel Robert Shiller, el CAPE[2], ha superado el umbral de 34, las rentabilidades bursátiles nunca han sido significativamente positivas cinco años después. Y en la mayoría de los casos, han sido claramente negativas…
Terminado de redactar el 22.11.2024. Por Clement Inbona, gestor de fondos de LFDE.
[1] Price-Earnings Ratio
[2] Cyclically Adjusted Price-Earnings (relación precio-beneficio ajustada por el ciclo)